sábado, 17 de octubre de 2009

La Silenciosa Armonía Nocturna

Allí se hallaban todas ellas, perpetuas en un interminable canto silencioso continuo y periódico, sólo basta con escucharlas una vez para entenderlas y conocer su historia, un canto narrativo que nada tiene que ver con el sonido sino con la armonía visual, todas ellas producto de la salvaje evolución humana. Al observar detenidamente cada una de ellas se logra escuchar un menudo canto, muchas se encuentran ordenadas por grupos profiriendo las mismas notas como lo hacen los grupos de instrumentos en una sinfonía, mientras que otras narran relatos distintos.

Las del frente hablan de la soledad, desamparadas en tierras baldías retiradas de las demás, cantando de nada y para nadie, siempre a la expectativa de la llegada de aventureros para brindarles valiosa convicción. Las de más atrás narran las historias de los errantes que andan a pasos inseguros y de los destinados que andan a pasos firmes. Las de los suburbios a la derecha tienen mucho más que decir, se ven en el risco de la montaña más unidas que las otras y cuentan en secreto la realidad de las veredas, del abuso de la fuerza, de los crímenes, de la dura vida humilde en donde nadie se ha interesado ayudar, incluso los que deberían.

En el medio de todas se encuentra una variedad mayor, las que maliciosamente intentan incitar el deseo de la gente con magistrales cantos que todos oyen, siempre quieren decir lo mismo y nunca hablan de nadie sino de algo especifico, estas se pueden notar como las más grandes y llamativas de todas. Otras que sólo cuentan de viajeros y cantan para ellos, cuentan del exceso de viajeros en la vía, de las lamentables imprudencias de ellos y sus trágicas consecuencias. Algunas otras que se encuentran dispersas a lo largo y lo ancho del horizonte cantan en las alturas para los agobiados, exhausto, somníferos o afanosos en su secreta intimidad hospitalaria, suelen ser las más reservadas y abandonan el canturreo cuando la noche aún es lozana. Las del final avocan cantos graves como los tenores de una ópera, dispuestas a distancias exactas a todo lo largo, marcan la división entre civilización y la imponente montaña. En esta se logran observar algunas que sirven de ayuda a los voladores cantando siempre en rojo: ¡cuidado!, así como también aquella cruz que se logra ver en la época tardía del año anunciando la llegada de la víspera, la dicha y la alegría.

Todas ellas empiezan a cantar a la llegada del crepúsculo y se callan a la llegada del alba para dar paso astro rey. Mientras más pasada sea la noche menos esperanzas tienen de recibir compañía. Algunas veces, cuando el temible tiempo acaba con sus monótonas vidas, llega alguien a cambiar la bombilla.

Marzo de 2004.

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