domingo, 28 de febrero de 2010

Duda

De las exacerbaciones oníricas.

El horizonte, limpio y claro,
amenaza cosas indistinguibles sobre mí.
Yo, distante, observo y genero la incertidumbre.
Más acá las cosas parecen familiares,
como extraídas de mi conciencia.

Una duda -diferente de la incertidumbre-

alborotada a mi costado, me perturba.
Ha estado allí presente desde hace poco.

El claro tornasol del horizonte se transforma,
el espacio se reduce y la habitación aparece.
Una mujer platica conmigo amenamente.
Por detrás, una sombra se inmiscuye en la conversa,
poco a poco la violenta y yo, que correspondo a su acto.
La discusión es retroalimentada con mis propias respuestas,
inconclusas, cíclicas, pedantes en su misma formulación.
Y me doy cuenta que discuto conmigo mismo,
pues la mujer -que ya no es la misma- responde como yo.
Discutimos, o discuto, sobra la duda,

que ha vuelto a aparecer exactamente igual,
aunque ahora, crece con cada palabra del monólogo.

Luego, todo cambia: las cosas frecuentes aparecen,

Y estoy repitiendo la monotonía del quehacer diario,
volviendo a hacer las cosas que he estado haciendo,
antes necesarias ahora abrumantes, siempre persistentes.
Pero antes me ocupaba en hacerlas, ahora no,

ahora, es todo mecánico, trivial y natural.
Por eso ahora me ocupo también en pensar,
y es que estos pensamientos tienen un cauce propio,
violento, impredecible, irreversible e indomable,
producto de la analítica inestabilidad mental que me engulle.
Y es que maldita sea! …llegan a atormentar.

Quiero arrancar mis cabellos,

y arrancar consigo mis pensamientos,
cáncer de la duda simple, original, inocente,
punto partida del camino natural de la comprensión.

Quiero borrar cualquier avance infructífero

que carcome sutilmente mi tranquilidad.
Y resolver la duda, que nunca deseé
pero no puedo ignorar.

Porque no somos dueños de nuestros corazones,

y porque no puede nadie en su vana autoprotección
incidir de manera alguna en contra de los sentimientos.
Sino que sólo somos dueños de nuestras acciones,
que si pueden incidir en los sentimientos ajenos.

Y es cuando me doy cuenta,

que la incertidumbre era un reflejo adelantado
del escrutinio onírico de la duda,
y que no es aquí donde tiene lugar su perspicacia.

Febrero de 2008

El vampiro enanorado en su castillo

Un siniestro bohemio de capa negra yace en su regazo respaldado en un fino ajuar de terciopelo rojo escarlata, su mortecino rostro es iluminado por una débil y fatua luz que emana la ajada hoguera de la estancia, sostiene una copa de vino tinto que zarandea exquisitamente sin tomar un sorbo: hace rato que se olvido de la copa... Su pálida cara, su ceño fruncido, sus ojos clavados en un puntos perdido de la pared, su cuerpo inmóvil carente de vida y calor, su alma melancólica ayunada y su mente extraviada y separada de todo su cuerpo, revelan la intransigente decepción mustia existente en sus pensamientos, acongojada por la incertidumbre del fracaso e incapacitada de remediar el dolor que consume todo su ser: hace rato que se olvido de si mismo...

En la inmensa y oscura habitación he una interminable estantería repleta de libros y pergaminos umbríos que nadie entiende, una cantidad de patibularios objetos de alguna magia negra atiborran el recinto, una mohína chimenea prendida apunto de extinguirse aún refleja la sombra del malévolo sujeto adolorido, la leña termina por consumirse y el individuo se interna en una oscuridad absoluta: hace rato que se olvido de la chimenea...

Y entonces recuerda aquella taciturna noche, en la que deambulaba como todas las noches buscando victimas, a las que sigilosamente sorprendía por la espalda y clavaba sus largos colmillos por el espinazo del cuello consumiendo toda su sangre, en esa noche cuando terminaba su rutina encontró una ultima victima, una hermosa joven de cabellera larga que entonaba un melodioso canto y que paralizó a la maligna criatura haciéndole perder su vil juicio: hace rato que se olvido de quien era...

Se sintió tan intrigado por esa doncella que inconsciente e inocentemente fue atraído hasta su lugar, perplejo por su belleza no podía moverse ni pronunciar una sola palabra, el silencio los dominó por un instante, cuando la joven interrumpió el silencio diciéndole -¿qué hace señor vampiro, no sabe acaso usted que la noche está por despedirse y la luz está pronta a llegar?-: hace rato que se olvido del tiempo...

La mohína criatura nunca había presenciado tanta tranquilidad, tanta inocencia dispersa entre tanta majestuosa plenitud, esas inquebrantables palabras detuvieron aún más al estupefacto vampiro quien tuvo la necesidad de regresar a la realidad y volver apresuradamente a su tenebrosa mansión abandonando a la hermosa dama sin proferir un gemido como si hubiera sido replicado y expulsado por un ser superior: hace rato que se olvido de su maldad...

Intrigado, dudoso, sorprendido, dominado, sumido, controlado, decepcionado, traicionado, perturbado, vulnerable, obstruido, muerto, vivo, al fin... enamorado, se sirvió vino tinto y se sentó en un alto sillón escarlata a meditar su locura, la locura de pensar que un vampiro pueda amar naturalmente a un ser humano, se sentó a esperar que algo acabe con su ya inservible vida: el tiempo, el hambre, el frío, la desventura, el azar, la soledad o quizás el dolor: hace rato que se olvido de vivir...

En el Alybumar

De las exacerbaciones oníricas.

De las proverbiales cosas que se pierden, a veces ignoradas o a veces valiosas, todas ellas van al Alubymar. Es un incógnito lugar escondido detrás del mar, adelante del tiempo donde nunca nadie llegará pero hay quienes pueden haber llegado y quienes pueden llegar después. Allí, donde se duerme con los ojos abiertos pues los sueños no son más bellos que el propio lugar, donde las cosas deciden por sus dueños pues no existe el poder y donde los pensamientos toman forma, allí, se encuentra el Alubymar.

Dada una razón, necesitaba encontrar el Alubymar, comencé por suponer su existencia. Si no existía, en algún momento me toparía con elementos de los ilógico (a no ser que sea dominado por la locura), o bien, nunca encontraría nada. Pero me decidí a no abandonar el camino de mi quimera. Esta suposición onírica prometía mucho en tan poca esperanza, en realidad, ya de la vida no esperaba mucho.
Basado en mí hipótesis, la inducción me llevó a buscar en algunas partes: en el infinito que nadie ha visto, en la locura que engulle, en la muerte de donde no se vuelve, en los sueños sublimación de lo conocido, en el tiempo tangente a todo, en la memoria limitada, en la infancia que todos pierden, en el viento sereno y libre, en el mar conjunto abierto o en la metrópolis selva de grava. Entre ellas resolví buscar primero en la que creí más viable y menos peligrosa, además de su elocuencia, decidí buscar en el viento, aquel que se lleva las palabras.

Así, traté de cabalgar el viento como a un potro (así misma como lo hacía Emrys de pequeño) y obligarlo a galoparme al Alubymar, pero esto me fue totalmente imposible (por algo será que se convirtió en Merlín). Reparando mi incapacidad, dejé a un lado esa fantasía infantil y opté por interrogar al viento. Ja. Libre e indomable, el viento ni se inmutó ante mi presencia, una y otra vez se llevó todas mis palabras (súplicas, insultos y groserías).

Me percaté de su independencia lineal con tiempo y en lugar de pedirle su ayuda opté por perseguirlo, aventura que no suponía ser nada fácil, y así buscar más pistas. Y fue entonces cando me topé con la playa boca del mar, en donde la agresividad del viento ayuda a las olas a robar. Las olas que lamen la blanda arena me recordaban las canciones del maestro Calamaro (lo bohemio, lo errante y lo placentero), las olas captaron mi atención. Dejé al viento tranquilo y me dediqué a conocer las olas, no sólo porque pensara que fuese más fácil sino porque sí he visto gente cabalgar olas y sobre todo porque las olas son un pasaje al mar, el mismo mar de mi hipótesis.

Las olas, maestras en el arte del robo, se rehusaron a cooperar conmigo, aunque en el proceso detallé la forma en la que el viento impulsa a las olas y arremeten persistentemente contra cualquiera arrancándonos lo que sea, mientras que de manera simultánea crean una cortina de sal. Esta estrategia periódica me intrigó fuertemente. Intente comprender más allá sacrificando algunas colas, tobilleras, vasos, ropa, una pipa de madera tallada que le compré a un buen artesano hippie y un par de lentes Police pero no conseguí más que lo que ya sabía. Me estresaba no poder llegar más allá. Era un bucle del que no salía y tampoco me dejaba buscar en otros lados, me dominó el orgullo que nunca tuve con el viento. Me senté exhausto en la orilla de la playa y el olor a cannabis del buen artesano que pasaba de nuevo me obligó a recuperar la cordura. Cerrar los ojos y ver con la mente. La alimentación sonora de playa es única. Me dediqué a sólo escuchar.

Gaviotas, el renuente viento, burbujas de sal, algunas pisadas, choques entres caracolas, palpitación, respiración, colores, ondas, flores, flautas… No necesitaba a las egoístas olas, debía buscar en algo más animal, más débil, más frágil. Deposite mi trance en las caracolas, esas de las que todos pegan el oído para escucharlas cantar, en donde algunos dices se guardan todos los sonidos de la playa. Tomé algunas caracolas y empecé a indagar. Todas me decían lo mismo: un soplido muy similar al del viento, olas batidas, espuma de sal, muchas jotas y muchas ues… Pensaba que eso no me iba a ayudar mucho.

Cerrar los ojos y ver con la mente. Confucio siempre tuvo razón en eso, ver con los ojos te limita a lo que está, ver con la mente no. Más cannabis y empecé a escuchar algunos gritos en la caracolas. Todo se transformó más pacifico, éramos las caracolas y yo. Un poco más y presté atención. Cerrar los ojos y ver con la mente. Al contrario de lo que muchos pensarían comprendí que estas caracolas lo que hacen no es más que quejarse: “¡No a los artesanos! ¡No a los artesanos!”, “¡Como odio las malditas olas!”, “¡Suéltame idiota!”, y aquellas no tan molestas; “!Tralalalá tralalalá!”, “Escúchame, escúchame!”, “1.6818...”, “Wushhhh, wushhhhh” y la más interesante de todas “¡Cárcel a los cangrejos ladrones!”....

Los cangrejos. Los cautelosos y prudentes cangrejos tenían que saber algo del Alubymar, ellos son unos ladrones excelentes, así como las olas. Estuve un rato esperando a que salieran de debajo de la arena, pero estas criaturitas perciben cualquier vibración sobre ella. Tuve que esperar a que la tranquilidad rodeara el espacio. Después de un buen rato por fin asomaban son diminutos ojos separados, justo después del lamer de una ola, miraban a todos lados y luego rebuscaban en la arena pedazos de no se que. Si hacer que estas criaturas aparecieran es difícil, aún más difícil es atraparlos. Tuve que buscar muchos elementos ortogonales, pararme sobre ellos y tratar de capturarlos.

Así es como logré distinguir unos minúsculos insectos sobre la arena de los cuales los cangrejitos se alimentaban. Pude adelantarme a la sombra de la depredación y capturarlos. Muy bien. Los más difícil de todo es hacerlos hablar. Unos cuantos en mi poder y ninguno quería hablar, pero nada imposible cuando hay cerveza y marihuana de por medio. Después de unas cuantas horas de charla y una amistad de hace una eternidad me dijeron cosas que creía imposibles, tan imposibles como la existencia de una formula directa para los encontrar los ceros de un polinomio de sex-to grado. Creía haber llegado a la parte de la contradicción en donde concluía que la suposición era falsa, que no existía el Alubymar. Pero allí estaba, y los cangrejos me hicieron confiar en sus palabras. Y después de tanto calcular al final obtuve que la serie de los términos perdidos convergía, y convergía al Alubymar.

Nado y nado como me dicen que hago, espero y espero cuando regreso a donde empiezo y entonces imagino lo que creo que es el Alubymar, en realidad el lugar exacto nunca tiene, tiene, ni tiene importancia. Entro y noto un sin fin de objetos y formas que son de la gente de allá, veo un cartel encima de un túnel sin entrada que dice: “De las secadoras”. Más allá otro túnel y otro cartel: “Del viento”, en otras parte otros que dicen: “De las camas”, “De los discos 3½”, “De la sociedad”, “De las doctrinas”, “Del Internet”, “Del sexo”, “De la ciencia”, “Del Triangulo de las Bermudas”, “De las olas” (donde, en efecto, están mis colas, la tobilleras, el vasos, la ropa, la pipa y los lentes Police).

Otros túneles, más carteles. Me encuentro a una de las pocas personas (según él, conmigo ve a dos) que estamos aquí. Es un loco emocionado que lee cosas que están al lado de varios carteles que dicen “De las ecuaciones diferenciales”, “De la astronomía”, “De la teoría de Caos”, “De las demostraciones”. Me dice que al ver todo lo que pierde la ciencia y la tecnología ya no sabe si volver al mundo real. No me responde el porque. Lleva aquí lo que él piensa que son veintinueve años. Dice de vez en cuando va al túnel “De las bolsas de mercado” y encuentra cosas muy buenas para comer. Nunca se preocupa de cómo volver, su nombre me dice que es Igor Sergei, su apellido se me olvida. Pienso en la razón que me hace venir a aquí, y me doy cuenta que la olvido. Sin embargo, mientras lo recuerdo es muy interesante estar por aquí. Es muy divertido (y a veces no tanto) que me encuentre con algunos sueños mios en el tunel “De los sueños”. Así que, de momento, creo que me quedo por aquí. A ver que descubro, y me río de lo mucho que se muere la gente de allá por redescubrir eso. O a ver con quién me topo, quizás me encuentre con ella.

revisado 2009